«Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz».

Introducción
«Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido…» y también: «ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas». Podemos imaginar las caras de los oyentes de Jesús al escuchar estas palabras. Y es que Jesús, como buen comunicador, sabía cómo sorprender y captar la atención de su público.
Por eso, aunque estas palabras de Jesús también nos puedan sorprender, no pensemos que alaba al administrador de la parábola por haber malgastado los bienes de su amo, sino más bien por su ingenio. No nos lo presenta como ejemplo por su moralidad, sino por su capacidad para actuar en una situación crítica: ante su inminente despido, supo reaccionar y cambiar su destino antes de que fuera demasiado tarde.
El Evangelio de este domingo XXV del Tiempo Ordinario nos ofrece la oportunidad de escuchar la parábola del administrador deshonesto. A través de esta historia, Jesús quiere invitar a sus interlocutores, y a través de ellos también a nosotros, a reflexionar sobre nuestra actitud hacia las riquezas espirituales y materiales que el Señor nos ha confiado. El Evangelio nos recuerda que no somos sus propietarios, sino solo «administradores». Tendremos que rendir cuentas a nuestro Señor de la forma en que las hemos administrado.
Una de las formas de prepararnos para ese momento en el que tendremos que rendir cuentas es hacer amistad con el dinero, porque son esos amigos los que nos acogerán en las moradas eternas. La invitación de Jesús es, por tanto, hacer buen uso del dinero, es decir, cultivar buenas amistades.
«No podéis servir a Dios y al dinero». En varias ocasiones, Jesús nos advierte en el Evangelio sobre el peligro del dinero. No hay duda de que el dinero es necesario. Todos lo necesitamos para satisfacer nuestras necesidades básicas. Sin embargo, cuando ponemos todo nuestro corazón en el dinero y lo convertimos en el objetivo principal de nuestra vida, se convierte en un ídolo, nos esclaviza.
En la primera lectura, el profeta Amós nos presenta el caso de un hombre que solo piensa en obtener beneficios mediante la especulación financiera: «¿Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva, para que podamos vender nuestro trigo? ¿Cuándo terminará el sábado, para que podamos vender nuestro grano? Vamos a reducir las medidas, aumentar los precios y falsificar las balanzas. Podremos comprar al débil por un poco de dinero, al desdichado por un par de sandalias. Venderemos incluso los desechos del trigo».
El profeta reprocha esta actitud y la de todos los hombres que solo piensan en la vida terrenal, en obtener beneficios, en ganar siempre más. A esos Jesús los llama en el Evangelio hijos de las tinieblas y propone a sus oyentes que pongan ese mismo ingenio y esas mismas cualidades no al servicio del dinero, para llenar con euros sus cuentas bancarias, sino para llenar sus manos y sus corazones de buenas obras y del deseo de ganar la vida eterna.
El administrador deshonesto de la parábola, gracias a un proceso muy inteligente, a una estrategia ingeniosa, se dio cuenta de que tenía que «cubrirse las espaldas», haciéndose algunos amigos. Y su amo lo felicitó por la astucia con la que había actuado.
Es verdad que no alaba a ese administrador por su deshonestidad y tampoco nos lo presenta como ejemplo de moralidad. Con esta historia quiere interpelarnos porque todos, de una forma u otra manera, como el administrador, nos encontramos ante una situación crítica.